Dicen los
antiguos que el atardecer no es el fin del día sino la fortuna de dos amantes
que solo tienen unos minutos para encontrarse. Al occidente, después de las
seis de la tarde, generalmente, el cielo que antes era blanco y azul, se pinta
de amarillo y se mezcla con el rojo. Es allí donde ella sin salir lo saluda. Es
allí donde él sin verla se despide.
Cada atardecer es
una señal indeleble que puede haber un amanecer, y si hay amanecer, puede haber otro atardecer. Juntos lo saben. A la
distancia se miran y solo atinan a expresar de lejos lo que cada uno sabe
que siente y grita dentro del silencio y con el canto de la aves que finalizan su
día.
Él se va. Ella
comienza su vista. Al otro lado, por el otro oriente, él llega, ella de
despide. Allí, horas más tarde, celebraran este mismo rito de unión desunida.
Luego
de decir la palabra rito, los antiguos, corregían; decían que rito era una acción
que había perdido su verdadero significado.
Decían ellos, que
el atardecer no era un rito sino un encuentro irrepetible. -¿Cómo lo saben? -Nunca,
ningún atardecer, ningún encuentro es igual a otro. Por eso cada atardecer es
hermoso, respondían.
John Anzola.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario. No olvide dejar su correo electrónico.