22/5/13

Hay días en los que la violencia pareciera vencer las palabras.

Era un día como cualquier otro. Un miércoles más. Para dos familias de dos de mis estudiantes, lo que sucedió estará por largo tiempo en sus memorias. Una discusión alrededor de un chisme terminó en una agresión verbal y física no solo entre estudiantes, que es reprochable, sino entre el padre de una, y la otra.


No imagino que debe sentir un padre de familia  al ver que una persona totalmente ajena a la familia agreda físicamente en la cara a su hija. Eso pasó ese miércoles. Sin mediar palabra el adulto le levantó la mano a la estudiante que no era su hija y terminó por romperle la nariz y el labio superior.

Improperios, gritos, vulgaridades, y hasta amenazas hicieron su lamentable ingreso al colegio. Todo sucedió en la puerta de este. Celadores, padres de familia, estudiantes y directivos presenciaron lo ocurrido.

-¿Qué pasó, marica? (así hablan los estudiantes)
- Un papá que rompió esa china.
- ¿A cuál?
- Ah, a esa, la que está llorando.
- Uy, mucho….

La policía llegó. Lo primero que tuvieron que hacer fue separar a la chica golpeada porque le estaba aruñando la cara a la esposa del hombre que primero la había agredido. De telenovela, decían algunos que miraban con asombro y morbo desde las ventanas de los salones aledaños.

La autoridad aconsejó el dialogo. La agredida menor de edad y sus padres salieron a poner el denunció. La segunda familia, salió a hacer lo mismo. Miradas rencorosas acompañaron la despedida que nunca existió.

Más allá del hecho bochornoso queda la sensación que hay días en que la violencia vence las palabras. En un país como el nuestro, donde todo se arregla a los golpes, a las patadas, a los chuzones, y hasta a las balas, la palabra decente y el dialogo constructivo está quedando a un lado.


Es el papel del sistema educativo hacer aportes y hacer todo lo posible porque el verbo, la oralidad y la escritura, el dialogo y el debate se sobrepongan sobre la violencia. Pero también es cierto que es en casa donde nos hacemos personas. Porque las personas se hacen. 

John Anzola. 

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