11/12/10

Enseñar para pensar.

El escritor Howard Hendricks, en su libro Enseñando para cambiar vidas, menciona que el maestro siempre debe tener objetivos claros a la hora de ejecutar su labor docente, es decir, debe tener muy claro para qué enseña. Afirma que el maestro debe enseñar para pensar. El principio dice que el alumno nunca debe hacer lo que el maestro dice que haga; por el contrario, el alumno debe llegar a la conclusión de hacer esto o aquello.

Enseñar para pensar es un reto. En realidad es mucho más fácil decirle a la gente lo que tiene que hacer. Generalmente el maestro, docente o profesor, cuenta con una autoridad adquirida, es decir, socialmente las palabras del profesor son las palabras del profesor y no tiene discusión. Es común encontrar gente que afirma hacer cosas porque las escuchó de otro –me lo dijeron. El profesor puede utilizar esa autoridad y decirle a la gente qué hacer y qué no hacer.

Pero en realidad eso no es enseñar. Decirle a la gente qué hacer, cómo hacerlo, cuando hacerlo, es mandar. Enseñar es un proceso mental, para aprender es indispensable que el sujeto del aprendizaje desarrolle procesos mentales sólidos, que piense.

En tema central está en cómo hacerlo. Qué bueno sería que los docentes nos encargáramos más de desarrollar procesos que en dar resultados. Nos interesa más que nos digan el concepto exacto, que nos digan para qué sirve.

Hace algún tiempo escuche a una profesora de matemáticas comentar que en sus clases, como introducción, explicaba a sus estudiantes cómo podían aplicar el concepto a desarrollar. Mi experiencia no fue la misma, recuerdo haber “aprendido” los casos de factorización, pero en realidad no sé para qué me sirven hoy. Simplemente hice lo que el maestro me decía que hiciera.

En principio creo que el discurso educativo debe ser expositivo. El maestro debe encargarse de exponer, informar a sus estudiantes la temática, explicando con claridad la aplicación de dicha concepto. Cuando el maestro intenta convencer a sus estudiantes el aprendizaje pasa a ser un mandato.

Siempre debe haber una aplicación, todos los conceptos deben ser aplicables a la vida diaria. El maestro debe encargarse de desarrollar competencias, la capacidad de actuar en determinada circunstancia de manera adecuada.

La evaluación en ningún caso debe ser teórica. Preguntar conceptos fuera de la práctica atenta contra el proceso de aprendizaje. El maestro debe generar espacios en donde el estudiante aplique los conceptos vistos. Generalmente el concepto de olvida de una manera sorprendente, lo que se aprende en realidad es la aplicación del concepto.

Las palabras finales de una clase no deberían ser verbos en imperativo, esta modalidad de conjugación verbal indica lo que el destinatario debe hacer. Por el contrario el cierre de una clase estaría más en el nivel de la recomendación, el uso de oraciones yuxtapuestas es una buena manera de cerrar el discurso.

El papel del maestro debe ser el de guía, de acompañante, más que el de dictador. Se imagina usted ir de vacaciones a la playa y hacer todo lo que alguien le dice. Esas vacaciones serían un desastre. El cambio aparece cuando un guía lo acompaña y hace que usted disfrute el momento. ¿Sabe que la mayoría de los alumnos no disfruta el momento de la clase? ¿Estaremos cumpliendo el rol de guía o de capataz?

Otro recurso es la pregunta retórica. Preguntas que permitan que los estudiantes respondan para ellos mismos temas específicos. Cuando un orador hace una pregunta de este tipo da lugar a que el estudiante genere mentalmente una respuesta. Este recurso genera la reflexión.

Estos recursos citados pueden ser elementos que pueden ayudar a que el estudiante piense antes de actuar inconscientemente, pero quiero subrayar que el uso extremo de algunas de estas herramientas puede hacer que el maestro se convierta en un manipulador. El estudiante terminaría pensando lo que el maestro dese a que piense y eso sería abusivo, atrevido, dictatorial, antiético.

Para finalizar permítame mencionar un aspecto más. Los estudiantes piensan, no son tontos, si lo fueran no estarían en esta escuela, estarían en una lugar especial y le aseguro que usted no sería el maestro, de lo contrario estaría preparado para ello. Los profesores tenemos una manía, creemos falsamente que nuestros estudiantes no piensan, así que preferimos darles todo mascado, triturado, desleído. Gran error. El resultado serán estudiantes imbéciles, escasos de razón.

El que mucho sabe no siempre es el que mejor actúa. Si enseñamos, en realidad, podremos asegurar mejores hechos antes que mejores conceptos.

¿No es hora de pensar cómo enseñar para pensar? ¿Se imaginan donde todos pensáramos un poco más por nosotros mismos? ¿Se imaginan si lo que hiciéramos fuera el resultado de nuestro pensamiento y no del pensamiento de otros?



John Anzola

Diciembre 08 de 2010.

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